domingo, 1 de abril de 2012

LOS MÁS CONNOTADOS AILUROFOBOS DE LA HISTORIA

En el 2001, mientras laboraba en la entidad educativa más ridículamente cara de Nicaragua,el Colegio Americano Nicaraguense, uno de los viejos jardineros me pidió que me llevara algunos de los gatos que merodeaban por el kiosco de merien¬das.”Es que hay una orden de arribita(del nefasto administrador Roberto Cardenal) de darles carne molida con veneno, y me da pesar porque son criaturitas de Dios,”me explicó el afligido señor. Logré colocar unos 5 miaus entre mis alumnos, ya que yo tenía quince mininos en mi casa, pero la ailurofobia de la administración escolar no se detuvo, y cosa extraña. tras la eliminación de los gatos que quedaron, muchas desgracias y líos cayeron sobre el centro de estudio en cuestión, desde un chico que se electrocutò por no ponerle candado a un nodo electrico, hasta la fuga de mas de mil becas que daba una entidad estatal por malos manejos con los becarios.”A Dios no le gustó eso,”musitaba el viejo jardinero. A lo largo de la historia, hubo su puñado de personajes famosos que detestaban a los misingos, y miren qué casualidad que muchos acabaron muy mal

El gran conquistador macedonio Alejandro Magno odiaba a los gatos, aunque tuvo que tolerar su presencia cuando se enamoró del eunuco persa Bagoas, quien era su mucamo-amante y se hacia rodear de un séquito de 5 mechudos gatos persas. Alejandro afirmaba que los ojos de los gatos tenían chispas demoníacas, y aunque nunca fue tan imbécil como para matar un minino, una hechicera india le dijo que si no aprendía a amar a los gatos iba a morir joven. En efecto, el pobre chele macedonio se murió a los 33 años de edad. Otro gran genio militar de la antigüedad, Julio César de Roma, padecía de una ailurofobia galopante. Le prohibía a sus numerosas mujeres y chavalos de placer (recordemos que era bisexual) que tocaran gatos antes de irse al lecho con él, y era tanto su miedo ante los felinos que se cruzaba a la acera opuesta si miraba venir uno hacia él.
Este hombre que cometió infinidad de crueldades, incluyendo el llevarse de trofeo viviente de guerra al heroico adolescente galo Vercingétorix, estaba destinado a morir bajo el mismo hierro que tanto usó cuando lo hicieron casi salpicón en el senado. La famosa emperatriz china Wu Chao, quien reinó tras la muerte de su esposo, odiaba a los gatos pues afirmaba que no tenían derecho a ser más hermosos y sexys que ella Cuando ya era una vieja chinchintorra y padecía de diabetes, quiso levantarse de una patada al gato de uno de sus cortesanos, pero en lugar de asestarle el golpe al animalito, se cayó escaleras abajo hiriéndose la pierna. La herida en la regia extremidad de Wu Chao se engangrenó, y la soberbia y maldosa emperatriz prefirió morirse antes que le amputaran la pata infectada. Castigo divino?
Genghis Khan, señor de los estepas y gran conquistador mongol, le tenía miedo a los gatos pues no comprendía cómo podían ronronear. Señalaba que ese ruido procedía de transmisiones de diablos! Para colmo, su primera esposa Burte adoraba a los mininos, y Genghis, quien idolatraba a su gorda consorte, tuvo que resignarse a tener varios micifuces en su yurta. En una ocasión en que Genghis le pisó accidentalmente la cola a un gato negro de Burte, la airada esposa le ” negó el cariño” por más de un mes, a pesar que el pobre hombre le explicó que no lo había hecho adrede. Elizabeth I Tudor, llamada la Reina Virgen de Inglaterra, era alérgica al cabello de los gatos, y apenas tocaba uno se disolvía en estomudos. Para ella era un sufrimiento no poder chinear gatos ni tenerlos en casa, pues era animalera Solo se permitía tener un mimado armiño que solía compartir su cama. William Shakespeare, para muchos el más grande dramaturgo de la historia, afirmaba que los gatos eran unos soberanos vanidosos y si podía hacerles maldades, no se abstenía Enrique III de Francia le tenía miedo a los gatos desde que siendo muy chico, el gordo gato blanco de un cocinero del palacio le saltó encima y la rasguñó una oreja Este monarca de la línea Valois se veía reducido a temblores y gritos si un gato se le acercaba. Pero como el destino suele gastar pesadas bromas, el amariposado Enrique se enamoró violentamente del bardo, noble y cronista Juan Alejandro de Normandía, quien era perdido enamorado de los gatos. Enrique III tuvo que revestirse de enorme paciencia para poder soportar las preferencias de su favorito.
Enrique III de Francia no sería el único monarca galo que le tuviera aversión a los
gatos. Luis XIV, el rey sol, les tenía envidia. En una ocasión el gran soberano le confesó a su amante de tumo, Mlle. Fontanges, que odiaba a los gatos pues eran más bellos, elegantes y soberbios que él...y nadie tenía derecho a superarle! Sin embargo, Luis fue tolerante con su madre mientras ésta vivió, ya que Ana de Austria gustaba mucho de los felinos como mascotas. Aunque los gatos fueron “magistralmente esculpidos por la mano de Dios en su mejor momento”, según decía el sensual papa Alejandro VI (Rodrigo Borgia), hubo unos cuantos sumos pontífices católicos que odiaron a los gatos de forma poco cristiana. Entre ellos estuvieron Gregorio IX, Inocente VII e Inocente VIII. La imagen del genial sinfonista y pianista judío alemán Juan Brahms se ve vilmente ensuciada por su odio extremo hacia los gatos. Entre sus pocos pasatiempos estaba ponerse con arco y flecha desde su ventana y tratar de usar a los gatos del vecindario como blancos m6viles. El autor del Réquiem Alemán y Obertura del Festival Académico acabó sus días solo, impotente, sin hijos, y sin remordimientos de haberle jugado la esposa a su maestro Roberto Schumann cuando este pobre hombre se volvió loco. Tras eliminar tantos gatos, no faltamos quienes le deseemos a Brahms que haya reencarnado en ratón en la otra vida.

El liliputesco Napoleón Bonaparte solía comportarse como un león en el campo de batalla, pero un pequeño gatito era capaz de reducirlo a una tembladera que podría asemejarse a un breakdance moderno. Bonaparte salía corriendo coma loco apenas se be aproximaba un gato, y el Pétit General be prohibía a sus mujeres tener felinos en casa. Fue tanto el pavor de Napoleón ante las gatos que se popularizó un chiste en Inglaterra que en realidad lo que hizo Lord Wellington en Waterloo fue soltar un costal de gatos para derrotar al hasta entonces invencible corso. Este miedo enfermizo del chaparro Napoleón a los gatos sería compartido por más nefastos estadistas que deschincacarían el mundo en el siglo XX: el chacal Adolfo Hitler de la Alemania nazi, y el sifilítico y cruel Benito Mussolini de la Italia fascista. Adolfo Hitler hizo eliminar casi tantos gatos coma judíos, lo cual ya es decir bastante, aunque be encantaban los perros y los conejos. Benito Mussolini le tenía tanto pavor a los gatos que cuando se hizo cargo de la bella Clara Petacci como querida suya, le ordenó que regalara a un gato angora que la chica tenía. La Petacci tuvo que deshacerse de su mascota, agradecida que el imbañable Duce no se la hubiera matado con una hulera. Lástima que cuando los partisanos ajusticiaron a Mussolini y a su amante Clara, no hubo tiempo de llevar a los gatos del vecindario a que le “pagaran maloliente tributo” a los cadáveres, aunque los humanos si lograron usar los restos del dictador y su mujerzuela coma bacinillas...
Dwight Eisenhower indudablemente se cubrió de gloria cuando dirigió durante la II Guerra Mundial el famoso Desembarco de Normandía, pero cuando ya era presidente de los Estados Unidos se hizo odiar violentamente por los fans de las mascotas cuando hizo evacuar de hi Casa Blanca a las ardil¬las que según él le ensuciaban su campo de golf, y dio órdenes a sus criados que dispararan contra cualquier gato que se asomara por los alrededores. El asco que el general Eisenhower sentía por los animales fue tanto que dio origen a la agridulce tira cómica PETSY, en la cual un viejo y cholenco Ike pelea con la ardilla Elsania y el gato Barón.
Es obvio que a lo largo de la historia, los gatos no siempre han sido monedita de oro para caerle bien a todos, quizás porque nadie es perfecto. Sin embargo, resulta curioso que casi todos estos personajes que padecieron de ailurofobia tuvieron algunos de los momentos más amargos y muchos de los finales más tristes de todos los tiempos...La maldición de odiar al Gato? Por si las moscas y porque soy incurable ailurófila, me quedo con mis trece adorados miaus como los mejores talismanes que la naturaleza pudo haber manufacturado.

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