domingo, 1 de abril de 2012

Celebrando el día del Gato: Cuando la historia se hizo maullido
El mes de abril se inicia en el Primer Mundo con tres de las celebraciones más raras que hay: el primero para los gringos es April Fools Day (para gastar bromas tipo inocentazos), y a nivel mundial el primer lunes de abril se celebra el Día de las Pompas Fúnebres (aunque en Nicaragua este gremio se sigue echando más carbón entre sí que un horno crematorio). La tercera efemérides se conmemora en Europa el primer lunes de abril como el Día del Gato, gracias al amor desmedido que una bellísima emperatriz profesaba por los "miaus". De los divinos ronroneadores hablaremos precisamente hoy. El origen del día del gato se traza a una mesa de tragos en Irlanda, cuando dos de las damas más exquisitas del siglo XIX comentaban sobre la libertad sexual irrestricta de las gatas. Jennie Jerome, madre del eximio estadista Winston Churchill, y su gran amiga-la hermosísima y erudita emperatriz Elisabeth de Wittelsbach-Habsburgo(más conocida como Sissy), entre carcajadas comentaban las peripecias de sus mascotas gatunas. Las dos linajudas señoras acordaron proponer a sus consortes la idea de legislar a favor de un día para el felix catus, pero el político Randolph Churchill (esposo de Jennie) murió de una galopante sífilis antes de poder proponer lo que muchos consideraban una descabellada idea, y el adusto emperador Francisco José I-consorte de Sissy-le espetó que estaba más loca que una cabra que había almorzado con hongos cuando ella le hizo la sugerencia. En el siglo XX, la idea del Día del Gato fue retomada por la Sociedad Balcánica De Defensa de los Animales, logrando que a finales de la década de los 80 se estableciera el primer lunes de abril como Día del Micifuz. La importancia de quien llamamos "el guardián de la despensa" es innegable a través de la historia. Respondiendo a numerosos e-mails y llamadas, mencionaré a mininos que en anteriores artículos quedaron engavetados. Tutankhamon, el faraón teenager, tenía una pasión bien arraigada por sus gatos, y junto a su momia se encontraron unos cuantos miaus preservados en finas gasas y hierbas, dado que era costumbre que los animales favoritos del monarca fueran sacrificados para acompañarle en el viaje al otro mundo. A lo largo de su azarosa vida, el gran bardo y cuentista gringo Edgard Allan Poe tuvo varias mascotas, y dos de sus gatos negros se disputan el honor de haber inspirado el famoso relato El Gato Negro: la complaciente Catarina, quien gustaba beber leche con whisky y se sentaba sobre los hombros del ebrio Edgard mientras escribía, y el temperamental angora negro Plutón, quien arañaba al genio cuando éste andaba bolo. Muchos autores franceses tuvieron gatos con unas particularidades increíbles. El autor de Los Miserables poseía una gata flatulenta llamada Gavroche, y la muy cochina solía soltar ventosidades en la cara de Víctor Hugo sin el menor asomo de decoro femenino. Ni corto ni perezoso el hombre que llamó a nuestro Momotombo "coloso calvo y desnudo" le cambió el nombre a Chanoine (cañón), afirmando que los "flys" de su glotona gata eran más potentes, mortíferos y sonoros que la descarga de un cañón. Aurora Dudevant, más conocida como escritora feminista como Jorge Sand, amó más a sus gatos que a su tísico amante Federico Chopin. La favorita era Minou, quien desayunaba con tremendo plato de huevos fritos con jamón en el regazo de su ama. Mysouff fue una gata que perteneció al glotón y alegre novelista Alejandro Dumas, y tenía unos instintos asesinos peores que los de Charles Manson o el Unabomber. Mysouff fue la mechudísima gata negra y blanco que se le almorzó a Dumas toda una menagerie de cacatúas, loras, tucanes y chocoyos que había juntado de los cuatro confines del mundo. Quizás el gato más solidario de autor alguno fue el Guillaume D´Aquitaine, el obeso felino que perteneció al bardo galo Charles Baudelaire. El gordinflón miau fue lo primero que halló Charles Baudelaire para secarse las lágrimas de rabia cuando supo que su obra cumbre, Las Flores del Mal, iba a ser censurada. A Guillaume(quien lleva ese nombre por otro gran amante de los gatos, el trovador y duque medieval) le dedicó Baudelaire algunos de los versos más bellos que se hayan escrito a lo largo de la historia. El novelista inglés Charles Dickens no se quedaba atrás en su pasión por sus gatos. El predilecto era The Master´s Cat (el Gato del Maestro), quien tenía la costumbre de apagar la candela con su cebollita cuando ya deseaba que el escritor se retirara a dormir en la noche. Emily Bronte, la gran novelista inglesa, tuvo un testigo peludo a sus pies mientras escribió su obra maestra Cumbres Borrascosas: el gato llamado Tigre, quien le rascaba los pies. Winston Churchill, gran estadista e historiador inglés, tenía entre sus gatos a Lord Nelson, un negrísimo felino que se sentaba junto a él en la silla en el gabinete y en el parlamento, pero en una ocasión el mastín de un amigo de Churchill le pegó tal madre seguida que el pobre Lord Nelson probó no ser tan valiente como el héroe de Trafalgar cuyo nombre portaba. El primer gato siamés en arribar a los Estados Unidos fue un hermoso ejemplar llamado Siam, el cual fue obsequiado por el cónsul gringo en Bangkok al presidente norteamericano Rutherford Hayes. Siam llegó con inmigrante muy bien documentado en 1878. Otro gato presidencial que causó sensación fue el Zapatillas del robusto Teodoro Roosevelt. Para colmo Zapatillas era medio fenómeno y tenía 6 dedos en cada cebollita. Muchas veces se ha dicho que el gato no es tan leal al amo como el perro, pero Trixie, la gata del tercer Earl de Southampton, desmiente esa versión. Cuando el noble cayó en desgracia y lo zamparon en la Torre de Londres, Trixie lo buscó, lo halló y se quedó con él por dos años. Vashka, la gata del zar Nicolás I de Rusia, fue raptada dos veces por nobles que odiaban al monarca, pero siempre Vashka logró regresar con su amo. Cupcake(Pudincito) fue la gata Manx que en una visita a Europa le regalaron al gran rey tailandés Chulalongkorn. La bella gata sin cola pasó años sin parir gatitos, y era tanto el deseo del rey de que la animalita diera descendencia que requirió atención de varios veterinarios hasta que la gata parió. Curiosamente, Cupcake solo tuvo una camada de gatitos-los cuales el rey conservó-y jamás pudo tener más hijos.

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